Estamos en un mundo donde hemos sido sutilmente obligados, a través de la educación y los incentivos económicos, a convertirnos en especialistas ultra-focalizados. El objetivo declarado: maximizar la entrega de valor. El objetivo real: encajar en el modelo que el mercado laboral ha definido para nosotros.
OK, “obligados” suena dramático. Nadie nos puso una pistola en la cabeza. Pero la sociedad sí ha puesto los incentivos (léase $) para que especializarnos sea el primer place to go cuando se trata de nuestro desarrollo profesional. Helos allí, los diplomados, masters y cursillos ampliamente disponibles y prometedores de un mejor futuro y el gran negocio detrás de ellos.
Y hablando de incentivos (vaya que potentes que son), la sociedad también decide qué disciplinas merecen los premios y no es novedad, pero son las que están bajo el acrónimo STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics). Recuerdo a ese economista que promovía eliminar Becas Chile para cualquier estudio del ámbito Humanista, canalizando todo hacia postgrados STEM. Su argumento era simple: ROI. Optimización pura. Qué bueno que no lo escuchamos completamente, ¿no? Aunque siendo honestos, quizás sí lo hicimos.
En resumen, el path que te alumbra la sociedad como camino al éxito es claro: elige una carrera con demanda y profundiza en ella hasta convertirte en ese especialista que pueda cobrar consultorías a precios que darían envidia a un cirujano plástico.
Ojo, no me considero para nada una víctima de esta situación. Tengo la suerte de que mis intereses coinciden naturalmente con los que la sociedad incentiva. Hay creatividad en diseñar una solución a un problema que implica tecnología, belleza en la elegancia de un algoritmo bien diseñado, arte en escribir código limpio, y no hay mejor música que un proyecto bien estructurado. El problema no es STEM versus Humanidades. Esa es una falsa dicotomía que nos vendieron. El problema es la hiperespecialización forzada. El tener que elegir un carril y quedarte ahí hasta la jubilación. El poeta que no puede programar “porque es de letras”. El ingeniero que no puede pintar “porque no tiene tiempo para hobbies improductivos”.
Llegamos a este punto porque la optimización ha estado en el centro del quehacer societario desde antes de que Taylor cronometrara obreros en las fábricas. La Revolución Industrial nos enseñó que la especialización era el camino a la eficiencia, y la eficiencia el camino a la prosperidad. Y funcionó, hay que reconocerlo. Pero, ¿qué pasa cuando aparece alguien (o algo) que es infinitamente mejor optimizando que nosotros?
Pienso en un futuro donde podemos volver a ser curiosos humanos multifacéticos, explorando diferentes intereses sin seguir esa guía sutil pero firme que la sociedad traza hacia el éxito económico. Un futuro donde podemos ser pequeños Leonardos da Vinci.
Leonardo fue médico, arquitecto, inventor, dibujante, pintor, escultor, músico, poeta. No porque fuera un genio sobrehumano (que también), sino porque vivía en un mundo donde la hiperespecialización no era un requisito para la supervivencia económica.
¿Es posible que un mundo así esté a la vuelta de la esquina si la IA se encarga de esa eficiencia y productividad que tanto valoramos? Y más importante: ¿podría esta transición ser más rápida y democrática que las anteriores revoluciones? Hace sentido pensar que la IA no tomará tanto tiempo en permear los multiples aspectos de la sociedad como le tomó a la electricidad o a Internet.
Ya tengo nostalgia del futuro que nos espera. Nostalgia camuflada de ansiedad, lo admito. La invitación es a imaginar: ¿Cómo sería tu semana si no tuvieras que optimizar cada hora productiva para justificar tu sueldo?
La mía tendría de todo: estaría dedicada a mi familia, a viajar (sin el laptop “por si acaso”), a perfeccionarme en la bicicleta, la guitarra, los asados. Pero también estudiaría cálculo o física. Pero por el puro placer de aprender. Esa es la diferencia. No es dejar STEM para irnos a las Humanidades. Es dejar de hacer cualquier cosa medio por obligación y empezar a hacer todo por curiosidad.
Ya anticipándome a este nuevo mundo es que el próximo curso que voy a tomar no será de Python, ni de GCP, ni de Growth Hacking. Será uno de apreciación crítica de obras de arte que dicta la UAI y que disfrutaré a concho con mi señora. No porque esté abandonando la tecnología, sino porque puedo ser ambas cosas. Porque quiero entrenar ese músculo quizás atrofiado de ver belleza donde no hay OKRs.
Puede sonar ingenuo, pero si hay que elegir una narrativa sobre nuestro futuro con IA, elijo ver el vaso medio lleno y ser optimista. Ya hay suficientes películas y libros sobre cómo todo puede salir muy mal. El pesimismo tecnológico tiene buena prensa y mejor marketing.
¿Y si la IA nos permite ser el ingeniero-poeta, el médico-DJ, el contador-panadero que siempre quisimos ser pero que el mercado no nos dejó? Porque si Leonardo da Vinci viviera hoy, probablemente estaría tomando un curso online de Machine Learning. Pero no para especializarse. Solo para agregar una herramienta más a su caja infinita de curiosidades.
¿Muy optimista quizás? Seguro que la transición va a ser dolorosa en múltiples dimensiones y espero que como sociedad nos hagamos cargo de todo el daño colateral que sin duda ocurrirá cuando dejemos nuestro actual estándar de sociedad por el siguiente que imagino en este artículo. Pero soñemos por un rato: tú, ¿qué harías si pudieras ser especialista en nada y curioso de todo? ¿O prefieres la seguridad del carril conocido?
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